Il a mis le café Dans la tasse Il a mis le lait Dans la tasse de café Il a mis le sucre Dans le café au lait Avec la petite cuiller Il a tourné Il a bu le café au lait Et il a reposé la tasse Sans me parler
Il a allumé Une cigarette Il a fait des ronds Avec la fumée Il a mis les cendres Dans le cendrier Sans me parler Sans me regarder
Il s'est levé Il a mis Son chapeau sur sa tête Il a mis son manteau de pluie Parce qu'il pleuvait Et il est parti Sous la pluie Sans une parole Sans me regarder
Et moi j'ai pris Ma tête dans ma main Et j'ai pleuré
I Recuerde el alma dormida, avive el seso e despierte, contemplando cómo se passa la vida; cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer; cómo, después de acordado, da dolor cómo, a nuestro parescer, cualquiera tiempo passado fue mejor.
II Pues si vemos lo presente, cómo en un punto se es ido e acabado, si juzgamos sabiamente, daremos lo non venido por passado. Non se engañe nadi, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio, pues que todo ha de passar por tal manera.
III Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar e consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos e más chicos, allegados, son iguales los que viven por sus manos e los ricos.
IV Dexo las invocaciones de los famosos poetas y oradores; non curo de sus ficciones, que traen hierbas secretas sus sabores. Aquél sólo me encomiendo. Aquél sólo invoco yo de verdad, que en este mundo viviendo, el mundo non conoció su deidad.
V Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nascemos, andamos mientras vivimos, e llegamos al tiempo que feneçemos; assí que, cuando morimos, descansamos.
VI Este mundo bueno fue si bien usásemos dél como debemos, porque, según nuestra fe, es para ganar aquél que atendemos. Aun aquel fijo de Dios para sobirnos al cielo descendió a nascer acá entre nos, y a vivir en este suelo do murió.
VII Si fuesse en nuestro poder hacer la cara hermosa corporal, como podemos hacer el alma tan gloriosa angelical, ¡qué diligencia tan viva toviéramos toda hora, e tan presta, en componer la cativa, dexándonos la señora descompuesta!
VIII Véd de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos, que, en este mundo traidor, aun primero que muramos las perdemos. Dellas deshace la edad, dellas casos desastrados que acaeçen, dellas, por su calidad, en los más altos estados desfallecen.
IX Decidme: la hermosura, la gentil frescura y tez de la cara, la color e la blancura, cuando viene la vejez, ¿cuál se para? Las mañas e ligereza e la fuerça corporal de juventud, todo se torna graveza cuando llega el arrabal de senectud.
X Pues la sangre de los godos, y el linaje e la nobleza tan crescida, ¡por cuántas vías e modos se pierde su grand alteza en esta vida! Unos, por poco valer, por cuán baxo e abatidos que los tienen; otros que, por non tener, en oficios non debidos se mantienen.
XI Los estados de riqueza, que nos dexan a deshora ¿quién lo duda? Non les pidamos firmeza, pues que son de una señora que se muda, que bienes son de Fortuna que revuelve con su rueda presurosa, la cual non puede ser una ni estar estable ni queda en una cosa.
XII Pero digo que acompañen e lleguen hasta la fuessa con su dueño; por esso non nos engañen, pues se va la vida apriessa como sueño. E los deleites de acá son, en que nos deleitamos, temporales, e los tormentos de allá, que por ellos esperamos, eternales.
XIII Los placeres e dulçores desta vida trabajada que tenemos, non son sino corredores, e la muerte, la çelada en que caemos. Non mirando a nuestro daño, corremos a rienda suelta sin parar; desque vemos el engaño y queremos dar la vuelta no hay lugar.
XIV Esos reyes poderosos que vemos por escripturas ya passadas con casos tristes, llorosos, fueron sus buenas venturas trastornadas; assí, que no hay cosa fuerte, que a papas y emperadores e prelados, assí los trata la muerte como a los pobres pastores de ganados.
XV Dexemos a los troyanos, que sus males non los vimos, ni sus glorias; dexemos a los romanos, aunque oímos e leímos sus historias; non curemos de saber lo de aquel siglo passado qué fue d’ello; vengamos a lo de ayer, que también es olvidado como aquello.
XVI ¿Qué se hizo el rey don Juan? Los infantes de Aragón ¿qué se hicieron? ¿Qué fue de tanto galán, qué de tanta invinción que trujeron? ¿Fueron sino devaneos, qué fueron sino verduras de las eras, las justas e los torneos, paramentos, bordaduras e çimeras?
XVII ¿Qué se hicieron las damas, sus tocados e vestidos sus olores? ¿Qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos de amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían? ¿Qué se hizo aquel dançar, aquellas ropas chapadas que traían?
XVIII Pues el otro, su heredero don Enrique, ¡qué poderes alcançaba! ¡Cuán blando, cuán halaguero el mundo con sus placeres se le daba! Mas verás cuán enemigo, cuán contrario, cuán cruel se le mostró; habiéndole sido amigo, ¡cuán poco duró con el lo que le dió!
XIX Las dádivas desmedidas, los edificios reales llenos d’oro, las vaxillas tan fabridas los enriques e reales del tesoro, los jaeces, los caballos de sus gentes e atavíos tan sobrados ¿dónde iremos a buscallos? ¿Qué fueron sino rocíos de los prados?
XX Pues su hermano el innocente que en su vida sucesor se llamó ¡qué corte tan excellente tuvo, e cuánto gran señor le siguió! Mas, como fuesse mortal, metióle la Muerte luego en su fragua. ¡Oh juicio divinal! cuando más ardía el fuego, echaste agua.
XXI Pues aquel gran Condestable maestre que conoscimos tan privado, non cumple que dél se hable, mas sólo cómo lo vimos degollado. Sus infinitos tesoros, sus villas e sus lugares, su mandar, ¿qué le fueron sino lloros? ¿Qué fueron sino pesares al dexar?
XXII E los otros dos hermanos, maestres tan prosperados como reyes, que a los grandes e medianos trajeron tan sojuzgados a sus leyes; aquella prosperidad que en tan alto fue subida y ensalzada, ¿qué fue sino claridad que cuando más encendida fue amatada?
XXIII Tantos duques excelentes tantos marqueses e condes e varones como vimos tan potentes, di, Muerte, ¿dó los escondes, e traspones? E las sus claras hazañas que hieron en las guerras y en las paces, cuando tú, cruda, te ensañas, con tu fuerza las atierras e desfaces.
XXIV Las huestes innumerables, los pendones, estandartes e banderas, los castillos impugnables, los muros e baluartes e barreras, la cava honda, chapada o cualquier otro reparo, ¿qué aprovecha? Cuando tú vienes airada, todo lo passas de claro con tu flecha.
XXV Aquel de buenos abrigo, amado, por virtuoso, de la gente, el maestre don Rodrigo Manrique, tan famoso e tan valiente; sus hechos grandes e claros non cumple que los alabe, pues los vieron; ni los quiero hacer caros, pues que mundo todo sabe cuáles fueron.
XXVI Amigo de sus amigos, ¡qué señor para criados e parientes! ¡qué enemigo de enemigos! ¡Qué maestro de esforçados e valientes! ¡Qué seso para discretos! ¡Qué gracia para donosos! ¡Qué razón! ¡Qué benino a los sujetos! ¡A los bravos e dañosos, qué león!
XXVII En ventura. Octaviano; Julio César en vencer e batallar; en la virtud, Africano; Aníbal en el saber e trabajar! en la bondad, un Trajano; Tito en liberalidad con alegría; en su braço, Aureliano; Marco Atilio en la verdad que prometía.
XXVIII Antonio Pío en clemencia; Marco Aurelio en igualdad del semblante; Adriano en la elocuencia; Teodosio en humanidad e buen talante. Arelio Alexandre fue en disciplina e rigor de la guerra; un Constantino en la fe, Camilo en el grand amor de su tierra.
XXIX Non dexó grandes tesoros, ni alcanço muchas riquezas ni vaxillas; mas fizo guerra a los moros ganando sus fortalezas e sus villas; y en las lides que venció, cuántos moros e cavallos se perdieron; y en este oficio ganó las rentas e los vasallos que le dieron.
XXX Pues por su honra y estado, en otros tiempos pasados ¿cómo se hubo? Quedando desamparado, con sus hermanos e criados se sostuvo. Después que fechos famosos fizo en esta misma guerra que hacía, fizo tratos tan honrosos que le dieron aun más tierra que tenía.
XXXI Estas su viejas hestorias que con su braço pintó en juventud, con otras nuevas victorias agora las renovó en senectud. Por su gran habilidad, por méritos e ancianía bien gastada, alcançó la dignidad de la grand Caballería dell Espada.
XXXII E sus villas e sus tierras, ocupadas de tiranos las halló; mas por çercos e por guerras e por fuerça de sus manos las cobró. Pues nuestro rey natural, si de las obras que obró fue servido, dígalo el de Portugal, y, en Castilla, quien siguió su partido.
XXXIII Después de puesta la vida tantas veces por su ley al tablero; después de tan bien servida la corona de su rey verdadero, después de tanta hazaña a que non puede bastar cuenta cierta, en la su villa de Ocaña, vino la muerte a llamar a su puerta.
XXXIV diciendo: "Buen caballero, dexad el mundo engaños e su halago; vuestro corazón de acero muestre su esfuerzo famoso en este trago; e pues de vida e salud feciste tan poca cuenta por la fama; esfuércese la virtud para sofrir esta afrenta que vos llama."
XXXV "Non se os haga tan amarga la batalla temerosa que esperáis, pues otra vida más larga de la fama gloriosa acá dexáis. Aunque esta vida de honor tampoco no es eternal ni verdadera; mas con todo es muy mejor que la otra temporal, peresçedera."
XXXVI "El vivir que es perdurable non se gana con estados mundanales, ni con vida delectable donde moran los pecados infernales, mas los buenos religiosos gánanlo con oraciones e con lloros; los caballeros famosos con trabajos e aflicciones contra moros."
XXXVII "E pues vos, claro varón tanta sangre derramastes de paganos, esperad el galardón que en este mundo ganastes por las manos; e con esta confiança e con la fe tan entera que tenéis, partid con buena esperança, que estrota vida tercera ganaréis."
XXXVIII (Responde el Maestre) "Non tengamos tiempo ya en esta vida mesquina por tal modo, que mi voluntad está conforme con la divina para todo; e consiento en mi morir con voluntad placentera, clara e pura, que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera, es locura."
XXXIX (De Maestre a Jesús) "Tú que, por nuestra maldad, tomaste forma servil e baxo nombre; tú, que a tu divinidad juntaste cosa tan vil como es el hombre, tú que tan grandes tormentos sofriste sin resistencia en tu persona, non por mis merescimientos mas portu sola clemencia me perdona."
XL Assí, con tal entender, todos sentidos humanos conservados, cercado de su mujer y de sus hijos e hermanos e criados, dio el alma a quien se la dio (el cual la ponga en el cielo en su gloria), que aunque la vida perdió, dexónos harto consuelo su memoria.
Finjamos que soy feliz,
triste pensamiento, un rato;
quizá podréis persuadirme,
aunque yo sé lo contrario,
que pues sólo en la aprehensión
dicen que estriban los daños,
si os imagináis dichoso
no seréis tan desdichado.
Sírvame el entendimiento
alguna vez de descanso,
y no siempre esté el ingenio con el provecho encontrado.
Todo el mundo es opiniones
de pareceres tan varios,
que lo que el uno que es negro
el otro prueba que es blanco.
A unos sirve de atractivo
lo que otro concibe enfado; y lo que éste por alivio,
aquél tiene por trabajo.
El que está triste, censura
al alegre de liviano;
y el que esta alegre se burla
de ver al triste penando.
Los dos filósofos griegos bien esta verdad probaron:
pues lo que en el uno risa,
causaba en el otro llanto.
Célebre su oposición
ha sido por siglos tantos,
sin que cuál acertó, esté
hasta agora averiguado.
Antes, en sus dos banderas
el mundo todo alistado,
conforme el humor le dicta,
sigue cada cual el bando. Uno dice que de risa
sólo es digno el mundo vario;
y otro, que sus infortunios
son sólo para llorados.
Para todo se halla prueba
y razón en qué fundarlo;
y no hay razón para nada,
de haber razón para tanto.
Todos son iguales jueces;
y siendo iguales y varios, no hay quien pueda decidir
cuál es lo más acertado.
Pues, si no hay quien lo sentencie,
¿por qué pensáis, vos, errado,
que os cometió Dios a vos
la decisión de los casos?
O ¿por qué, contra vos mismo, severamente inhumano,
entre lo amargo y lo dulce,
queréis elegir lo amargo?
Si es mío mi entendimiento,
¿por qué siempre he de encontrarlo
tan torpe para el alivio,
tan agudo para el daño?
El discurso es un acero
que sirve para ambos cabos: de dar muerte, por la punta,
por el pomo, de resguardo.
Si vos, sabiendo el peligro
queréis por la punta usarlo,
¿qué culpa tiene el acero
del mal uso de la mano?
No es saber, saber hacer
discursos sutiles, vanos; que el saber consiste sólo
en elegir lo más sano.
Especular las desdichas
y examinar los presagios,
sólo sirve de que el mal
crezca con anticiparlo.
En los trabajos futuros,
la atención, sutilizando,
más formidable que el riesgo
suele fingir el amago. Qué feliz es la ignorancia
del que, indoctamente sabio,
halla de lo que padece,
en lo que ignora, sagrado!
No siempre suben seguros
vuelos del ingenio osados,
que buscan trono en el fuego
y hallan sepulcro en el llanto.
También es vicio el saber,
que si no se va atajando,
cuando menos se conoce
es más nocivo el estrago;
y si el vuelo no le abaten,
en sutilezas cebado,
por cuidar de lo curioso
olvida lo necesario.
Si culta mano no impide
crecer al árbol copado,
quita la sustancia al fruto
la locura de los ramos.
Si andar a nave ligera
no estorba lastre pesado, sirve el vuelo de que sea
el precipicio más alto.
En amenidad inútil,
¿qué importa al florido campo,
si no halla fruto el otoño,
que ostente flores el mayo?
¿De qué sirve al ingenio
el producir muchos partos,
si a la multitud se sigue
el malogro de abortarlos?
Y a esta desdicha por fuerza
ha de seguirse el fracaso
de quedar el que produce,
si no muerto, lastimado.
El ingenio es como el fuego,
que, con la materia ingrato,
tanto la consume más cuando él se ostenta más claro.
Es de su propio Señor
tan rebelado vasallo,
que convierte en sus ofensas
las armas de su resguardo.
Este pésimo ejercicio, este duro afán pesado,
a los ojos de los hombres
dio Dios para ejercitarlos.
¿Qué loca ambición nos lleva
de nosotros olvidados?
Si es para vivir tan poco,
¿de qué sirve saber tanto?
¡Oh, si como hay de saber,
hubiera algún seminario o escuela donde a ignorar
se enseñaran los trabajos!
¡Qué felizmente viviera
el que, flojamente cauto, burlara las amenazas del influjo de los astros!
Aprendamos a ignorar, pensamiento, pues hallamos que cuanto añado al discurso, tanto le usurpo a los años.
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer ha pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del Templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces he cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
El sol de la mañana reverberó en la espalda de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna?-dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.
BORGES, Jorge Luis. El Aleph, Alianza Editorial, España, 2000, p. 77-81
Escribir es la única forma que encuentro para hacer la vida más soportable -Cioran
Ecce Danno
Solución para no tropezar de nuevo con la misma piedra
Sabiduría
Reconozco que la sabiduría aventaja a la necedad, como la luz a la oscuridad: «El sabio tiene ojos abiertos, mientras que el necio camina a oscuras»; pero también sé que un mismo destino les espera. Entonces me pregunté si el destino del necio será también el mío. ¿Para qué, pues, me he hecho más sabio? Y pensé que también esto es vanidad. Porque no quedará recuerdo en el futuro ni del sabio ni del necio; en los días venideros todo se olvidará y el sabio morirá lo mismo que el necio" (Qo ii, 13-16)