25 de julio de 2009

Colpas



I
Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte,
contemplando
cómo se passa la vida;
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer;
cómo, después de acordado,
da dolor
cómo, a nuestro parescer,
cualquiera tiempo passado
fue mejor.

II
Pues si vemos lo presente,
cómo en un punto se es ido
e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
por passado.
Non se engañe nadi, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de passar
por tal manera.

III
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
e consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
e los ricos.

IV
Dexo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
non curo de sus ficciones,
que traen hierbas secretas
sus sabores.
Aquél sólo me encomiendo.
Aquél sólo invoco yo
de verdad,
que en este mundo viviendo,
el mundo non conoció
su deidad.

V
Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nascemos,
andamos mientras vivimos,
e llegamos
al tiempo que feneçemos;
assí que, cuando morimos,
descansamos.

VI
Este mundo bueno fue
si bien usásemos dél
como debemos,
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquél
que atendemos.
Aun aquel fijo de Dios
para sobirnos al cielo
descendió
a nascer acá entre nos,
y a vivir en este suelo
do murió.

VII
Si fuesse en nuestro poder
hacer la cara hermosa
corporal,
como podemos hacer
el alma tan gloriosa
angelical,
¡qué diligencia tan viva
toviéramos toda hora,
e tan presta,
en componer la cativa,
dexándonos la señora
descompuesta!

VIII
Véd de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos,
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos
las perdemos.
Dellas deshace la edad,
dellas casos desastrados
que acaeçen,
dellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallecen.

IX
Decidme: la hermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
la color e la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas e ligereza
e la fuerça corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega el arrabal
de senectud.

X
Pues la sangre de los godos,
y el linaje e la nobleza
tan crescida,
¡por cuántas vías e modos
se pierde su grand alteza
en esta vida!
Unos, por poco valer,
por cuán baxo e abatidos
que los tienen;
otros que, por non tener,
en oficios non debidos
se mantienen.

XI
Los estados de riqueza,
que nos dexan a deshora
¿quién lo duda?
Non les pidamos firmeza,
pues que son de una señora
que se muda,
que bienes son de Fortuna
que revuelve con su rueda
presurosa,
la cual non puede ser una
ni estar estable ni queda
en una cosa.

XII
Pero digo que acompañen
e lleguen hasta la fuessa
con su dueño;
por esso non nos engañen,
pues se va la vida apriessa
como sueño.
E los deleites de acá
son, en que nos deleitamos,
temporales,
e los tormentos de allá,
que por ellos esperamos,
eternales.

XIII
Los placeres e dulçores
desta vida trabajada
que tenemos,
non son sino corredores,
e la muerte, la çelada
en que caemos.
Non mirando a nuestro daño,
corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta
no hay lugar.

XIV
Esos reyes poderosos
que vemos por escripturas
ya passadas
con casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
trastornadas;
assí, que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
e prelados,
assí los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados.

XV
Dexemos a los troyanos,
que sus males non los vimos,
ni sus glorias;
dexemos a los romanos,
aunque oímos e leímos
sus historias;
non curemos de saber
lo de aquel siglo passado
qué fue d’ello;
vengamos a lo de ayer,
que también es olvidado
como aquello.

XVI
¿Qué se hizo el rey don Juan?
Los infantes de Aragón
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué de tanta invinción
que trujeron?
¿Fueron sino devaneos,
qué fueron sino verduras
de las eras,
las justas e los torneos, paramentos, bordaduras
e çimeras?

XVII
¿Qué se hicieron las damas,
sus tocados e vestidos
sus olores?
¿Qué se hicieron las llamas
de los fuegos encendidos
de amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel dançar,
aquellas ropas chapadas
que traían?

XVIII
Pues el otro, su heredero
don Enrique, ¡qué poderes
alcançaba!
¡Cuán blando, cuán halaguero
el mundo con sus placeres
se le daba!
Mas verás cuán enemigo,
cuán contrario, cuán cruel
se le mostró;
habiéndole sido amigo,
¡cuán poco duró con el
lo que le dió!

XIX
Las dádivas desmedidas,
los edificios reales
llenos d’oro,
las vaxillas tan fabridas
los enriques e reales
del tesoro,
los jaeces, los caballos
de sus gentes e atavíos
tan sobrados
¿dónde iremos a buscallos?
¿Qué fueron sino rocíos
de los prados?

XX
Pues su hermano el innocente
que en su vida sucesor
se llamó
¡qué corte tan excellente
tuvo, e cuánto gran señor
le siguió!
Mas, como fuesse mortal,
metióle la Muerte luego
en su fragua.
¡Oh juicio divinal!
cuando más ardía el fuego,
echaste agua.

XXI
Pues aquel gran Condestable
maestre que conoscimos
tan privado,
non cumple que dél se hable,
mas sólo cómo lo vimos
degollado.
Sus infinitos tesoros,
sus villas e sus lugares,
su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?
¿Qué fueron sino pesares
al dexar?

XXII
E los otros dos hermanos,
maestres tan prosperados
como reyes,
que a los grandes e medianos
trajeron tan sojuzgados
a sus leyes;
aquella prosperidad
que en tan alto fue subida
y ensalzada,
¿qué fue sino claridad
que cuando más encendida
fue amatada?

XXIII
Tantos duques excelentes
tantos marqueses e condes
e varones
como vimos tan potentes,
di, Muerte, ¿dó los escondes,
e traspones?
E las sus claras hazañas
que hieron en las guerras
y en las paces,
cuando tú, cruda, te ensañas,
con tu fuerza las atierras
e desfaces.

XXIV
Las huestes innumerables,
los pendones, estandartes
e banderas,
los castillos impugnables,
los muros e baluartes
e barreras,
la cava honda, chapada
o cualquier otro reparo,
¿qué aprovecha?
Cuando tú vienes airada,
todo lo passas de claro
con tu flecha.

XXV
Aquel de buenos abrigo,
amado, por virtuoso,
de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tan famoso
e tan valiente;
sus hechos grandes e claros
non cumple que los alabe,
pues los vieron;
ni los quiero hacer caros,
pues que mundo todo sabe
cuáles fueron.

XXVI
Amigo de sus amigos,
¡qué señor para criados
e parientes!
¡qué enemigo de enemigos!
¡Qué maestro de esforçados
e valientes!
¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
¡Qué razón!
¡Qué benino a los sujetos!
¡A los bravos e dañosos,
qué león!

XXVII
En ventura. Octaviano;
Julio César en vencer
e batallar;
en la virtud, Africano;
Aníbal en el saber
e trabajar!
en la bondad, un Trajano;
Tito en liberalidad
con alegría;
en su braço, Aureliano;
Marco Atilio en la verdad
que prometía.

XXVIII
Antonio Pío en clemencia;
Marco Aurelio en igualdad
del semblante;
Adriano en la elocuencia;
Teodosio en humanidad
e buen talante.
Arelio Alexandre fue
en disciplina e rigor
de la guerra;
un Constantino en la fe,
Camilo en el grand amor
de su tierra.

XXIX
Non dexó grandes tesoros,
ni alcanço muchas riquezas
ni vaxillas;
mas fizo guerra a los moros
ganando sus fortalezas
e sus villas;
y en las lides que venció,
cuántos moros e cavallos
se perdieron;
y en este oficio ganó
las rentas e los vasallos
que le dieron.

XXX
Pues por su honra y estado,
en otros tiempos pasados
¿cómo se hubo?
Quedando desamparado,
con sus hermanos e criados
se sostuvo.
Después que fechos famosos
fizo en esta misma guerra
que hacía,
fizo tratos tan honrosos
que le dieron aun más tierra
que tenía.

XXXI
Estas su viejas hestorias
que con su braço pintó
en juventud,
con otras nuevas victorias
agora las renovó
en senectud.
Por su gran habilidad,
por méritos e ancianía
bien gastada,
alcançó la dignidad
de la grand Caballería
dell Espada.

XXXII
E sus villas e sus tierras,
ocupadas de tiranos
las halló;
mas por çercos e por guerras
e por fuerça de sus manos
las cobró.
Pues nuestro rey natural,
si de las obras que obró
fue servido,
dígalo el de Portugal,
y, en Castilla, quien siguió
su partido.

XXXIII
Después de puesta la vida
tantas veces por su ley
al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero,
después de tanta hazaña
a que non puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña,
vino la muerte a llamar
a su puerta.

XXXIV
diciendo: "Buen caballero,
dexad el mundo engaños
e su halago;
vuestro corazón de acero
muestre su esfuerzo famoso
en este trago;
e pues de vida e salud
feciste tan poca cuenta
por la fama;
esfuércese la virtud
para sofrir esta afrenta
que vos llama."

XXXV
"Non se os haga tan amarga
la batalla temerosa
que esperáis,
pues otra vida más larga
de la fama gloriosa
acá dexáis.
Aunque esta vida de honor
tampoco no es eternal
ni verdadera;
mas con todo es muy mejor
que la otra temporal,
peresçedera."

XXXVI
"El vivir que es perdurable
non se gana con estados
mundanales,
ni con vida delectable
donde moran los pecados
infernales,
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
e con lloros;
los caballeros famosos
con trabajos e aflicciones
contra moros."

XXXVII
"E pues vos, claro varón
tanta sangre derramastes
de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganastes
por las manos;
e con esta confiança
e con la fe tan entera
que tenéis,
partid con buena esperança,
que estrota vida tercera
ganaréis."

XXXVIII
(Responde el Maestre)
"Non tengamos tiempo ya
en esta vida mesquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
e consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara e pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
es locura."

XXXIX
(De Maestre a Jesús)
"Tú que, por nuestra maldad,
tomaste forma servil
e baxo nombre;
tú, que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
como es el hombre,
tú que tan grandes tormentos
sofriste sin resistencia
en tu persona,
non por mis merescimientos
mas portu sola clemencia
me perdona."

XL
Assí, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos e hermanos
e criados,
dio el alma a quien se la dio
(el cual la ponga en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dexónos harto consuelo
su memoria.


Jorge Manrique